Y LA ESPADA DE BOLÍVAR SALIÓ DE LA CASA DE NARIÑO
Por Melchor Villalba, periodista e investigador - @melchorvl10
Llegó el 7 de agosto. Para el pueblo colombiano este es un día memorable, de celebración. Este mismo día, pero unos dos siglos atrás se desarrolló la Batalla de Boyacá en 1819, conocida como el evento que concluyó la campaña independentista que empezó a finales del siglo XVIII, constituyéndose la nación de La Gran Colombia. Pero no, este no era especialmente el motivo por el que más de la mitad de los colombianos y colombianas amanecieron con ilusión: el primer gobierno progresista de la historia de la nación estaba a punto de tomar posesión, tras dos tensas jornadas electorales que culminaron con la victoria del Pacto Histórico frente al candidato de la derecha, con una separación de en torno a un millón de votos.
El sol había arrancado con fuerza, al igual que el ambiente cultural que llenaba la ciudad desde el Parque de los Periodistas Gabriel García Márquez hasta la plaza principal de la ciudad de Bogotá, Plaza de Bolívar, donde un gran despliegue logístico daba forma a lo que sería un día para la historia del país. Fueron un total de 7 las tarimas que, desde diferentes puntos de la ciudad, dieron rienda suelta a la cultura local y transmitieron la toma de posesión. Desde los medios se planeó una cobertura que llegaría tanto a los diferentes escenarios instalados en la capital como a otros puntos geográficos del país: Medellín, Cali, Cartagena, zonas fronterizas con Venezuela, Nariño, etc.
La Plaza de Bolívar iba quedándose sin espacios libres, mientras los gritos de emoción no cesaban ni un segundo: Duque chao, Petro presidente o diferentes halagos a Francia Márquez, quien se coronaba como la primera mujer vicepresidenta negra, eran algunas de las palabras que se espetaban continuamente en un ambiente donde la ganas de cambiar eran inmensas. No hubo una bandera que no estuviera representada por la multitud de personas que llegaron a la capital desde las diferentes regiones del país: Colombia, el pueblo indígena, el colectivo LGBTIQ+, la Unión Patriótica, el Pacto Histórico…
Por fin llegaron las 3 p.m. El acto comenzaba puntual, tras esperar que las visitas internacionales tomaran asiento e hicieran lo propio de un acto de tal magnitud como el que el pueblo latinoamericano estaba presenciando. Al fin llegó el momento. Gustavo Petro Urrego avanzaba del brazo de Verónica Alcocer, seguido de sus hijos, hijas y nietas, hacia el escenario armado en la plaza. Alcocer rompió todos los moldes de diseño y moda que hasta ahora habían tenido un hilo conductor en las tomas de posesión anteriores: un diseño de Virgilio Madinah, conformado por un enterizo blanco -alejado del vestido largo “reglamentario”- con el que rompió el modelo convencional de primera dama. Lo mismo ocurrió con Sofía Petro, quien enamoró con una chaqueta morada donde se relataban las frases “Justicia social” y “Justicia ambiental” en ambas mangas, así como con Antonella Petro y su vestido en el que se podía leer una carta que su padre le habría escrito
Ya estaban. Ya llegó el presidente que Colombia votó el pasado 19 de junio en las urnas bajo democracia, con un total de 11.281.002 votos, frente a los 10.580.399 de Rodolfo Hernández; hecho que acabó con dos décadas de “uribismo”. El orden del día prosiguió con normalidad y llegó el turno del juramento de Gustavo Petro. Roy Barreras, presidente del Senado de Colombia cogía el micrófono e imponía al nuevo presidente de la nación que tomara juramento ante Dios y ante el pueblo: “Juro a Dios y al pueblo de Colombia cumplir firmemente la Constitución y las leyes de Colombia”, pronunció Petro. Y la plaza estalló en júbilo. No podía chillarse más fuerte, ni alzar más alto las banderas ante el momento que los allí presentes –o los no presentes a través de pantallas— estábamos viviendo. Gustavo Petro se convertía en el primer presidente progresista de Colombia. Pero, cuando parecía que el ánimo y las ganas de cambio no podían dar más de sí, María José Pizarro, senadora de la República de Colombia e hija del máximo representante de la guerrilla del M-19, Francisco Pizarro, imponía a Petro la bandera presidencial que finalmente lo declaraba presidente de la República de Colombia, haciendo que las lágrimas no pudieran contenerse.
El cambio había sido posible. Sí se pudo
Gustavo Petro ya era presidente de la República de Colombia. El cambio había llegado, había sido posible. Ahora le tocaba el turno de tomar posesión a la vicepresidenta Francia Márquez, quien no se olvidó de las mujeres colombianas ni del pueblo indígena, sus ancestros y ancestras: “Juro a Dios y al pueblo cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia y también juro ante mis ancestros y ancestras. Hasta que la dignidad se haga costumbre”, proclamó Francia Márquez. Sin embargo, antes de que esto ocurriera, el ya presidente Gustavo Petro pidió que la espada de Bolívar, símbolo del pueblo latinoamericano, estuviera presente en ese acto de manera que Francia Márquez pudiera tomar juramento ante ella y para que su discurso estuviera acompañado de esta importante reliquia. El momento se demoró, tanto que tuvo que realizarse un corto receso para que la espada pudiera cruzar “su plaza” con la solemnidad que el momento requería. Y al fin, la espada de Bolívar salió de Nariño.
El discurso de Petro era uno de los momentos que el pueblo más esperaba en la aún abarrotada Plaza de Bolívar, así como en otros puntos de la ciudad de Bogotá e incluso del país. En él, empezó “pidiendo explicaciones” sobre la tardanza en llegar de la espada de Bolívar al lugar donde se estaba realizando la toma de posesión. Derechos Humanos, reforma tributaria, drogas, pobreza, hambre, mujeres, pueblo indígena, justicia social, no repetición, protección del medio ambiente, paz total… no hubo un tema sobre el que el ya nuevo presidente no se pronunciara, planteando una solución para cada uno de ellos. “Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible, a la falta de oportunidades, a los no rotundos. Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza de Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior, que hoy empieza nuestra segunda oportunidad. Hoy empieza la Colombia de lo posible. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”, relató Petro.
A buen recaudo, el primero discurso de Gustavo Petro como presidente no dejó indiferente a nadie, puesto que durante más de 20 minutos se dedicó a tratar las principales problemáticas que acechan a Colombia y a la división nacional, la cual quiere atajar desde su raíz, haciendo que Colombia se convierta en “potencia mundial de la vida”.
El orden del día iba llegando a su fin. Tan solo quedaba que la Casa de Nariño abandonara el uribismo y que Petro, Verónica y sus hijos/as accedieran al que sería su nuevo hogar, no sin que antes los altos cargos de los cuerpos armados en Colombia reclinasen su cabeza ante el nuevo presidente y le rindieran respeto y homenaje durante su acceso a las dependencias de Nariño.
El sol ya se escondía por la Alcaldía Mayor de Bogotá. La multitud se iba disuadiendo. Petro y Verónica ya saludaban a las trabajadoras domésticas que harían su vida más fácil, más amena y que llevarían las riendas de la Casa de Nariño; un gesto entre iguales, donde no hubo cargos políticos ni diferencia de clases, sino personas con sangre colombiana entrelazando sus manos en un gesto cariñoso, de unión y de voluntad. Por su parte, Iván Duque y su séquito salían de Nariño, donde los rostros de desolación se mezclaban con la furia encendida de las calles por ver que el uribismo llegaba a su fin.
Aún es temprano para saber cuál será el rumbo de estos cuatro años, pero Colombia ya marca en su calendario un día que quedará para la historia de la nación y en el que el principal objetivo es convertirse en “potencia mundial de la vida”.