DONDE TERMINA EL RASTRO, COMIENZA LA MEMORIA: EL META EN LA SEMANA DEL DETENIDO DESAPARECIDO
30 de mayo del 2025
En un país donde tantas veces se ha querido imponer el olvido como política y la impunidad como norma, cada gesto de memoria es un acto de insurrección. El pasado 29 de mayo, en el corazón del Meta, no se celebró una conmemoración más: se tejió, paso a paso, palabra a palabra, un pacto colectivo con la verdad. Allí, en la Universidad del Meta, madres, padres, hermanas, hermanos, esposos, esposas, hijos e hijas, estudiantes, organizaciones, funcionarios y funcionarias volvieron a nombrar lo innombrable: la desaparición forzada, esa forma brutal de borrar a alguien del mapa, del registro, de la historia… pero nunca del corazón.
El acto tuvo lugar en el marco de la Semana del Detenido Desaparecido, amparado en la Ley 1408 de 2010 y el Decreto 433 de 2023. Sin embargo, lo que allí ocurrió desbordó cualquier marco institucional. Fue la vida —firme, valiente, insistente— la que irrumpió en escena: la vida que reclama justicia, la que se niega a aceptar la desaparición como destino, la que duele, pero sigue de pie. Desde el Colectivo Sociojurídico Orlando Fals Borda fuimos testigos y parte de esa jornada profundamente humana, cargada de símbolos, verdades y ausencias.
Pinceladas contra la desaparición
La jornada comenzó con un ejercicio simbólico de arte terapia: un jarrón de barro sobre el que cada asistente dejó una pincelada. No era pintura: era rabia contenida, era amor hecho color, era duelo compartido porque pintar también es una forma de hablar cuando las palabras ya no alcanzan. A este gesto se sumaron las galerías de memoria, rostros e historias que se niegan a desaparecer, así como espacios de cuidado dispuestos para todas las familias: mujeres, hombres, hermanas, hermanos, hijas, hijos, esposas y esposos que han vivido la ausencia y la incertidumbre. — personas buscadoras que, entre lágrimas y silencios, se permitieron también sonreír, peinarse, sentirse vivas— porque en este país, sobrevivir a la desaparición de un ser querido también es un acto político.
Y al final, cuando parecía que todo había sido dicho, las mujeres de la Escuela de Alfabetización Celmira López Mendoza tomaron el escenario. No con discursos, sino con el cuerpo. Bailaron. Y en cada paso, en cada movimiento, hubo una afirmación: no nos rendimos. Bailaron con la memoria viva en la piel, con la dignidad intacta. Bailaron porque el arte ha sido su manera de resistir cuando ya no queda nada más. Fue una lección de dignidad. Una forma de gritar sin levantar la voz.
La herida abierta: palabras que atraviesan
En medio del espacio de una manera profundamente honesta, habló Jhoana Rey, profesional psicosocial del Colectivo. Su intervención no fue una formalidad: fue una denuncia firme. Jhoana fue la persona escogida por las familias víctimas y por las organizaciones que integran la Mesa Departamental como su representante para brindar unas palabras en nombre del dolor, pero también de la esperanza y de la exigencia. Su voz fue la de muchos.
“Nos reunimos con el corazón encogido, pero con la voz firme, en esta semana del detenido desaparecido, una fecha que nos convoca no solo al recuerdo sino también al compromiso.”
Jhoana no suavizó la realidad: más de 195.000 personas desaparecidas en Colombia, según cifras de la Unidad para las Víctimas. Y posiblemente muchas más. Porque hay familias que callan por miedo, por amenazas, por cansancio. ¿Cómo procesar ese número sin deshumanizarlo? Ella lo dijo con claridad: detrás de cada cifra hay una madre que no duerme, un padre que no se resigna, una hija que sigue esperando, una comunidad que guarda silencio, una tierra que guarda cuerpos.
“Las madres de este país no parimos hijos e hijas para la guerra”, recordó con voz quebrada. Y con esa frase se cimbró el auditorio.
Habló con firmeza a los funcionarios y funcionarias: “No basta con conmemorar”, dijo. Actuar es el verbo que urge. Recordó que las familias no deben seguir buscando solas, que la justicia no puede ser un privilegio, y que la verdad no debe llegar sólo después de los funerales. Les dijo que tienen el deber de transformar las instituciones, que están llamados a dejar de maquillar la ausencia con actos simbólicos si no hay voluntad real de búsqueda.
Y a los estudiantes, les hizo una invitación necesaria: incomódense. Estudien, pero no para acomodarse, sino para transformar.
“Que la desaparición no sea una sombra del pasado que se disuelva en el olvido, sino una llama que los impulse a cambiar este país.”
Memoria con nombre propio
La conmemoración también fue un espacio para decir los nombres de quienes fueron encontrados y entregados de forma digna a sus familias en lo que va del año: Óscar Bocanegra Tafur, Guelmer de Jesús Tabares Álvarez, John Dairo Virgüez Fajardo, Itan Elmir Gómez Rondón, Julián Andrés Aponza Mina y Néstor Mario Ramírez Oballe. Nombrarlos es una forma de impedir que el horror siga repitiéndose en silencio. Es una forma de pedir justicia, de abrazar a las familias y de decir que no estamos dispuestos a normalizar la muerte ni la desaparición.
Porque este país ha convertido sus montañas, ríos y selvas en cementerios clandestinos. Pero también en territorios de búsqueda, de resistencia, de amor obstinado. Porque donde el Estado se ausenta, las madres han trazado caminos de memoria con sus propios pies.
Desde el Colectivo Orlando Fals Borda no sólo acompañamos esta jornada. La sentimos, la habitamos, la hicimos nuestra. Porque sabemos que la memoria no es un archivo, ni una fecha, ni una agenda. Es una urgencia ética. Es el suelo desde el cual se puede construir un país distinto.
“Este acto no es solo un homenaje —concluyó Jhoana Rey— es un pacto con la memoria. Porque recordar es resistir. Y resistir es mantener viva la esperanza.”
En el Meta, ese día, resistimos juntas y juntos.